NOTA.- Esta es la versión 2 del texto. Una versión novel de una novela que precisa ser leida por los amigos para corregir incoherencias, erratas, errores y horrores. Se agradece cualquier aportación personal que añada interés al relato.

 

Al Sur de La Moraleja – ROAKS
Septiembre 1972
CAPITULO I.- Nuevo en el barrio

Aquella mañana de septiembre aun no hacía frío en las afueras de Madrid, era agradable pasear a primera hora por el campo. Después de unos días de locos colocando todo en su nueva casa, un chalet de dos plantas recién construido, parecía que había una tregua y no había nada que hacer. También influía en esta aparente calma el hecho que sus padres habían comenzado a trabajar aquella mañana, dando por acabadas unas largas vacaciones de verano, y estaba sólo en casa con la asistenta. Daría un paseo para conocer el barrio, bueno “la urbanización”, le costaría algún tiempo acostumbrarse a su nueva vida alejado de su anterior hogar.
- Salgo a pasear, Carmen. Volveré a media mañana. - Carmen contestó a lo lejos.
La casa estaba situada en la zona de las nuevas construcciones de la urbanización, junto al camino principal pero bastante alejada de la puerta de entrada. Desde los años 50 que comenzaron a habitarla sus primeros vecinos, en su mayoría extranjeros adinerados, estos fueron estableciéndose lo más próximos a la entrada de la carretera de Burgos y a la plaza que hacía de lujoso pórtico al recinto y que trató de dar unos servicios mínimos, sin mucho éxito al ser un núcleo bastante reducido y que se abastecía de los vendedores de Alcobendas o de los pedidos a las tiendas de Madrid. El paseo se hacía cómodo por la desierta calzada, ya que la acera existía y dejaba de existir dependiendo la la propiedad y había muchísimas parcelas aun sin construir, con vegetación y arbolado. Pasó frente al convento de Las Esclavas, de reciente construcción, y su Iglesia y vio algún movimiento de personas que entraban y salían, supuso que feligreses y proveedores. A medida que se avanzaba la vegetación y las vallas dejaban ver menos las construcciones, así que cuando se llegaba a la entrada sólo se distinguían los tejados de mansiones de hacia veinte años y había que detenerse a fisgar a la de entrada de sus puertas para apreciar que efectivamente eran auténticas casas señoriales. Salvo un par de vehículos no se cruzó con nadie. Llegado a la entrada, tampoco se vio una gran animación: un par de operarios fumaban a la sombra de los arcos de los soportales. Comenzaba a caldear. Llegado a este punto, o se seguía hacia la entrada de la Autovía de Burgos, carretera nacional casualmente desdoblada hasta Alcobendas a mediados de los 60, o se tomaba una segunda carretera de bajada hacia El Encinar, la parte baja de la urbanización y que tal vez podía tener algo más de animación. Pocas alternativas veía y siguió por este camino. Según descendía la leve pendiente, al poco se topó con una barrera abierta y oxidada que parecía no tener mucha utilidad y que era simplemente la indicación del comienzo de otra urbanización distinta. A la izquierda pudo ver una construcción con dos niveles que tenía un par de escaleras y a la que se accedía nada más llegar por un breve camino asfaltado y un segundo que la rodeaba un poco más abajo. A la derecha una construcción de una única altura cuya nota más singular eran unas grandes cristaleras y las verjas correderas blancas de lamas de madera que protegían las ventanas más pequeñas y que a esas horas estaban retiradas hacia las paredes. Las bordeaban pequeños parapetos de ladrillo en las terrazas que igualaban las diferencias del terreno. Todas las construcciones tenían una singularidad: los tejados planos. Eran tipo caja, como en las películas. Siguió el paseo camino abajo y contó otros cinco chalets iguales a su derecha hasta llegar a una rotonda y cuatro o cinco edificios de dos plantas como el primero. La rotonda hacía de entrada desde la carretera de Burgos y otra barrera debió estar en servicio en otro tiempo, más abajo se veía el acceso de los coches desde la Autovía y se intuía el gran cartel sobre el terreno de El Encinar de los Reyes. Siguió por la primera salida de la rotonda a la derecha y continuó descendiendo suavemente la pendiente, con más construcciones gemelas de la primera. Ahora apreciaba ciertas diferencias, si se fijaba, algunas plantas de calle tenían porches de tejadillos de chapa ondulada y alrededor había vallas de madera de estacas pintadas de blanco, dando una cierta privacidad a la parcela. Bajo los edificios, en un hueco que hacía de garaje para un par de vehículos, o a la sombra, muchos coches: unos grandes, modelos extranjeros, y utilitarios nacionales. Y por fin, empezaba a ver gente: sobre todo, muchos niños. Niños con balones, bicicletas, saltando a la comba… un griterío de juegos y algunos adultos, madres y padres, que los vigilaban sentados en sillas plegables a la sombra de las casas o los árboles. Las construcciones estaban más próximas al camino y cuando pasaba, la gente le miraba y en algún caso levantaba la mano saludándole, a lo cual él contestaba por cortesía, pensando que al repetirse el saludo sería una costumbre local. Esta proximidad a las construcciones le permitía escuchar con cierta nitidez las conversaciones, que de momento todas eran en inglés, y música que salía de las ventanas abiertas de los hogares y que parecía curiosamente la misma. Siguió carretera abajo y se cruzó en sentido contrario con un par de coches y vio venir por la calzada a un chico corriendo con ropa deportiva, cuando se cruzó le sonrió amablemente y le dijo “Buenos días”, en español, a pesar que su aspecto atlético era totalmente norteamericano. Le devolvió el saludo con amabilidad y le dio los buenos días. Otra valla blanca, otra nueva construcción, coches en los porches, niños y personas mayores conversando, todo en inglés. Más saludos con las manos, después de escrutarlo y llegar a la conclusión que no lo conocían. Ahora la música parecía haber dado paso a una especie de noticiario dado por una voz de impecable vocalización y enérgica, naturalmente en inglés. “Vaya, aquí el francés de los Maristas no me va a servir para nada. Tendré que aprender inglés, se ve”, fue un pensamiento breve antes de llegar al siguiente grupo de cuádruplex. Ahora parecía haber una cierta animación de personas y vehículos y, lo más curioso, uno de ellos era un coche patrulla americano, con sus luces y rótulos policiales. Aquí también la gente le miró pasar y alguno le hizo el habitual saludo con la mano, el cual devolvió: incluso un agente uniformado que montaba en el vehículo policial le miró y le saludó al pasar. A continuación de este edificio, aparentemente igual al resto, pero que debía hacer de algún tipo de función de oficinas, vio otra construcción distinta al resto, pequeña, de una altura y con tejado de pizarra a dos aguas y que también parecía congregar a unos cuantos vehículos aparcados en la calzada, por el bullicio en el interior lo catalogó como un bar. La música parecía haber vuelto a la emisora local, después del noticiario o lo que hubiese sido transmitido anteriormente. Pasado el bar no había nada a su derecha, una parcela sin construir que resultaba bastante curiosa en aquel sitio: permitía una vista panorámica a los afortunados vecinos de las viviendas de más arriba con Madrid al fondo y el pequeño valle que estaba algo más abajo, todo ello bastante seco a últimas fechas del verano. Otro grupo de viviendas a izquierda y derecha volvían a presentarse, con sus vallas blancas en algún caso, antes de llegar a una nueva rotonda que parecía distribuir el tráfico de la zona de norte a sur o en el sentido de marcha que llevaba. Al poco de superarla se encontró a su derecha con una zona bastante arbolada, precedida a nivel de calle por unos edificios bajos de una planta y fácilmente dedujo por los ruidos de voces y el sonido del agua que era una piscina: efectivamente entre los huecos de la valla y la vegetación allí había una gran animación. Cuando estuvo cerca de la puerta, un gran coche llegó y desembarcó toda una familia numerosa preparada para un día de playa con todos sus complementos. El padre siguió su ruta. “Bye!” En el acceso un chico con pintas de socorrista revisó sin mucho interés un carnet que la madre sacó de su bolso de playa, mientras los hijos ya habían accedido y se habían dispersado en busca de sus amigos. Efectivamente la piscina era un gran rectángulo, con dimensiones de piscina olímpica, y junto a ella otra más pequeña con forma de riñón parecía convocar a los más pequeños. La ladera en descenso con un césped cuidado reunía las toallas a la sombra de los vestuarios de entrada, aunque en ese momento de la mañana la poca sombra la daba la arboleda. Frente a la puerta de entrada, en la acera de enfrente, aparecían desperdigadas entre los árboles un montón de bicicletas y algún que otro vespino en un aparcamiento improvisado. Un aroma a parrilla inundaba apetitosamente la calle procedente de algún bar en la instalación que debía comenzar a preparar comidas. Otra media docena de cuádruplex precedió a una bifurcación del camino. La calle que seguía bajando tenía un cartel amarillo que anunciaba una señal de advertencia sobre un colegio SCHOOL y luego algo sobre limitaciones de acceso y horarios. Advirtiendo la señal decidió seguir bajando, aunque ya la caminata se hacía larga, y más con el sol que caía de plano, pero advirtiendo que la zona urbanizada estaría por finalizar. A su izquierda advirtió dos canchas de tenis, donde peloteaban. Algunos edificios más y llegó a una especie de explanada en el valle dónde veía en la distancia a la derecha dos grandes bloques rectangulares, siempre con tejados planos, que debían ser un colegio y que convergían en ángulo, un edificio central con la apariencia de un cine o teatro y otras construcciones a su izquierda con apariencia de tiendas u oficinas públicas. Había un aparcamiento bastante amplío donde finalizaba la calle, pero todo estaba desierto, salvo un par de chicos que salían en ese momento del edificio que parecía ser un cine. Supuso que habría que esperar a las clases para ver aquello animado y recogiendo a los cientos de niños que ahora jugaban por los arbolados o en la piscina. Como ya estaba algo cansado la vista a lo lejos le valió para tener una idea de esa parte de la zona y se dio la vuelta calle arriba para seguir por dónde iba haciendo su recorrido por la carretera principal. Al poco de recuperar su caminata por ella vio venir de nuevo a lo lejos al corredor que le saludó al principio deduciendo que había completado una vuelta a las casas. Pero antes que se volviese a cruzar con él surgieron de la nada dos Guardias Civiles: aun con su uniforme de verano, sus tricornios relucientes y, cosa que le pareció extraña, dos modernos fusiles.
- Buenas – Le saludó el que parecía mayor y lucía galones, mientras se llevaban la mano a la sien ambos.
- Hola, buenos días.
- ¿Dando una vuelta?
- Pues, sí.
- ¿Está invitado en alguna casa?
- No, soy vecino de arriba… de La Moraleja.
El sargento lo miró profundamente, intentando reconocerlo, pero no lo pudo hacer así que puntualizó.
- Es usted de los nuevos.
- Sí, llegamos hace un par de semanas.
- ¡Ah! el ingeniero de las computadoras de los chalets de la Iglesia - Reconoció el guardia joven.
- Sí – Se sorprendió de la eficacia de los agentes -. Tienen controlado el barrio - Dijo intentando hacer una broma.
- Está bien. Puede continuar - El sargento no se sintió alagado, desde hacía veinte años patrullaba aquellas calles y era su trabajo -. Por El Encinar sólo se pasea si uno está invitado por los americanos o si nosotros lo permitimos - Quedó claro que no era zona restringida, pero casi.
- Buenos días y buen servicio - Tampoco quiso relajar el tono oficial que tenía el primer encuentro con los guardias.
Algunos pasos más allá, se cruzó con el deportista que debía haber reducido considerablemente la carrera mientras hablaba con los civiles. Al llegar a su altura se paró, respirando profundamente.
- ¿Algún problema, amigo? - Su español era gracioso.
- No, simplemente me reconocían y me advertían para pasear por aquí.
- ¿Eres amigo de alguien, entonces?
- No, vivo arriba en La Moraleja. Acabamos de mudarnos.
- ¡Oh! Vaya un español rico. ¿Cómo tú por aquí y andando? - Le divirtió la frase al americano y se rio de su propia ocurrencia. Al español no le hizo mucha gracia, su padre no era rico, aunque trabajaba para la banca y tenían dinero.
- Quería conocer el barrio, la urbanización. Arriba no hay mucha animación.
- Sí, será por lo que nunca subimos si no es a pasear entre los pinos… o a hacer wooding - Esta última palabra le hizo reírse a carcajadas.
- Ya veo que el pasear debe ser lo más interesante que se hace por aquí.
- No, hombre. Hay muchas cosas interesantes. Al menos para los chicos americanos, claro. - Puntualizó con su risa permanente. Había recuperado el aliento y respiraba normalmente.
- Oye, hablando de caminatas. ¿No tendré que volver a la barrera de entrada de la puerta principal para salir de aquí?
- Ja, ja, ja. No, hombre. Yo te acompaño un poco más adelante y te indico la salida por la puerta de atrás, sino lo cierto es que no sabrías cómo con la cantidad de caminos secundarios que tenemos acá. Al principio la urbanización era bastante cerrada y separada de arriba, pero luego se fueron haciendo estas conexiones, primero como atajos a pie y luego como caminos para los coches.
- Le podía haber preguntado a los Guardias Civiles, pero no estaban para charlas.
- ¿Vicente?, ¿el sargento? ¡Qué raro! Es bella persona. ¿se dice así?
- Sí, “es una” bella persona.
- ¡Ah! Ok. Mi castellano mejora continuamente - Se rio de sí mismo, otra vez - ¡Vamos para allá, amigo!
El deportista volvió hacia donde había venido y en la primera calle a la izquierda tomaron dirección norte que mantuvieron un par de calles más hasta llegar a una pequeña rotonda, siempre rodeados de nuevos grupos de cuádruplex, arbolados, vallas blancas de vez en cuando, coches aparcados, niños jugando, gente mayor a la sombra y el sonido lejano de la música en las casas. Ahora, cuando pasaban junto a ellos era el corredor el que se adelantaba al saludo con la mano y lo hacía más efusivo cuando reconocía a alguien, aparentemente con quien tenía relación más próxima.
- Mi inglés no progresa nada en absoluto. En el colegio he aprendido francés.
- ¡Oh! Dios mío. Las chicas americanas sólo usan la lengua francesa para una cosa…- Río estrepitosamente buscando la complicidad de su ocurrencia, pero quedó un poco perplejo cuando no tuvo respuesta. La traducción debe haber sido penosa, pensó - Deberías aprender inglés y rápido- Quiso resumir la idea.
- Tú hablas bastante bien español.
- Bueno, llevo ya cuatro años en España y me he apuntado siempre a legua española en las asignaturas del curso. Me gusta entenderme y que me entiendan. Soy el intérprete local de mi familia. - Risas
- Mi nombre es Manuel- Casi dice “My name is Manuel”, pero se contuvo – Manolo o Lolo, para los amigos – Este último era el nombre para su familia.
- ¡Ah! hola, Manolo. Yo soy Ronald, pero no McDonald. - Risas, pero rápidamente se dio cuenta que Manuel no había visto un restaurante de la cadena en su vida – Lolo – pronunciado con una segunda o larga o con una especie de ei rara – es gracioso.
- ¿Aun no has comenzado las clases?
- No, el primer día será el martes 4 de septiembre. Esta es mi última semana de vacaciones. Aunque mis entrenamientos comienzan antes. Por eso corro, para estar algo en forma. Mi manager me puede matar de otra manera - Risas - ¿Tú tampoco trabajas aun?. - Algunas frases eran bastante curiosas en su español.
- No, hasta casi finales de mes no comenzaremos. ¿Vas al colegio que está allá abajo?
- Ja,ja,ja No, ya estoy mayor para volver con los mocosos de primaria. Voy a la Secundaria, ¿lo llamáis así?, que está en la Base.
- ¿Cómo en la Base?, ¿en Torrejón? Allí sólo hay militares.
- La Base en muy grande. Hay muchas instalaciones para los civiles. Colegios, teatro, el supermercado, correos, gasolinera, el hospital… Voy todos los días, cuando empiece el curso, y estoy más tiempo allá que acá, como la mayor parte de los estudiantes.
- Bueno, supongo que yo empezaré a experimentar algo parecido este curso. El colegio al que voy estaba muy cerca de mi antigua casa, supongo que por eso lo eligieron. Ahora tendré que bajar por la mañana a Madrid y subir por la tarde. Se acabó lo de comer en casa.
- Ah, ¡comer en casa! Su comida de mediodía es muy abundante y hay que hacer la digestión. Por la tarde no te apetece hacer nada más que dormir la siesta. Cuando vamos de excursión o de vacaciones y hacemos comida, como ustedes, es curioso. Pero se disfruta mucho… - Recordó cochinillos de Segovia, asados castellanos y paellas de fiesta, regadas con vino sin restricciones de edad -. Tenemos cafetería en la escuela y a los cocineros españoles siempre nos preparan muchas cosas buenas, se les dan bien nuestros platos.
Cuando llegaron a la pequeña rotonda, Donald le indicó que si seguía por la segunda bifurcación hacia el norte y luego torcía a la izquierda en el camino en el que desembocaba llegaría al convento y la iglesia católica de La Moraleja.
- Anda, pues no parece estar muy lejos. ¡Vaya vuelta que me he dado!
- Sí, ya te dije que los atajos son muchos. Bueno, voy de vuelta, he de ducharme y luego comeré algo. Si quieres conocer más Royal Oaks pide a la operadora que te ponga con el 343, es la extensión de nuestro cuádruplex, el 66c, está en el camino paralelo al que has cogido, en la parte de arriba, junto a la colina. Vemos la casa de Ava Gardner - Se rio.
- La casa de Ava Gardner… Sí, fue uno de los argumentos de mi padre para venir a vivir aquí, aunque creo que llegamos 10 o 15 años tarde para conocerla. - Ahora Manolo se rio de su pensamiento en voz alta - ¿Royal Oaks es El Encinar?.
- Sí, es complicado pronunciarlo para nosotros. Royal Oaks o abreviado ROAKS.
- Bueno, Donald, un placer haberte encontrado y gracias por la ayuda. Bajaré a pasear por Royal Oaks, así que nos volveremos a encontrar. Cuando estemos definitivamente instalados supongo que haremos una fiesta de inauguración del chalet, así que te llamaré si no hemos coincidido antes.
- ¡Ah! gracias, amigo. - Nuevas risas mientras cogía impulso para iniciar una carrera de vuelta.



El ujier, de impoluta librea, bajó al sótano y llamó a la puerta antes de entrar.
- Señor Tenorio, Don Jaime les ruega a usted y a Don Luis que suban a su despacho.
El ordenanza llevaba muchos años trabajando para la casa, aunque sólo hacia 5 que estaba en el edificio del Palacete del Marqués de Mudela, en el número 29 de la Castellana, cuando les ofrecieron trabajar en el nuevo banco. Nunca había visto aquel desorden en ninguna oficina, donde reinaba la más escrupulosa disciplina contable y de presencia. Supuso que sería necesaria para poner en marcha las computadoras que rugían tres habitaciones más al fondo y que con dificultad se habían conseguido instalar en los espacios del viejo y noble edificio.
Manuel Tenorio sabía que habría bronca del jefe. Al principio el ujier era necesario porque no tenían ni teléfono en el sótano, pero luego se hizo una costumbre que, si el caso lo requería, siguiese siendo un anuncio previo la llamada personal a través del subalterno.
- Ponte la corbata y arréglate un poco. ¿Por qué será esta vez?
- La factura de la luz. Estamos en septiembre y habrá llegado el cargo del aire acondicionado del verano.
- Este hombre no habría llegado a banquero si no ahorrase tanto por todo.
- Al menos nos da cuartelillo para pensarnos las respuestas en lo que llegamos tres pisos más arriba… por las escaleras.
Ambos llevaban casi diez años en la entidad matriz, el Banco de Santander. Allá por 1965 fundó con American Bank, mitad y mitad, el Banco Intercontinental Español y surgió la posibilidad de irse dos años a Estados Unidos a conocer el funcionamiento del negocio del socio americano y la incipiente tecnología de las computadoras aplicadas a la banca. Aquí los inmaculados libros contables, las fichas de cartulina y los efectos en papel perpetuaban un eficiente sistema de rancia tradición y que habían perfeccionado varias generaciones de la familia Botín y sus estrictos empleados. Fueron años complicados para la familia, con los niños pequeños, pero se llevaron bastante bien con los periodos de vacaciones en España.
Jaime Botín-Sanz de Sautuola, Don Jaime, estaba sentado en su mesa, a juego con el despacho y el palacete, con el gran ventanal a su espalda y recortado por la luz de la mañana, lo cual siempre era bastante molesto y algo siniestro, pues no se le veía el rostro apenas.
- Siéntense. - Malo. La cosa iba para largo. - Como ustedes sabrán en agosto hemos cedido los derechos de una ampliación de capital a los accionistas del Santander y hemos solicitado y esperamos obtener el próximo 1973 la autorización para cotizar en Bolsa. Si desde su nacimiento el Banco Intercontinental ha tenido sólo dos propietarios, al terminar el proceso contaremos con más de 30.000. Santander y Bank of America seguirán siendo los grandes referentes evidentemente, pero su participación será mucho menor. Las razones de la salida a Bolsa facilitan un mecanismo de liquidez para el accionista; permiten poner en valor la inversión, al fijar el precio al que se pueden comprar o vender los títulos; ofrecen una vía de financiación estable a largo plazo, y constituyen un verdadero prestigio para nosotros, pues cotizar en Bolsa no está al alcance de todo el mundo. Esperamos que la operación sea todo un éxito, y haga visible el notable grado de madurez alcanzado por el banco en poco más de siete años de vida que ustedes han vivido en primera persona.
Esperar un “Felicidades…” no era correcto, sino no sería Don Jaime. Por otra parte, el veraneo y la nueva casa habían mantenido a Manuel al margen de la operación financiera que, por otra parte, no tenía implicaciones inicialmente para sus programadores y que no se cocía precisamente en los sótanos. Obviaron su total desconocimiento y el que nadie les informase de las decisiones del jefe que se suponía debían conocer.
- La nueva estrategia será convertirnos en un banco comercial, dejando la idea inicial del banco industrial, aunque evidentemente la actual clientela nos da un peso importante y que no creo que olvidemos fácilmente. Bankinter debe tener esta nueva idea, y la de ser nuestra entidad pionera en tecnología. Dos asuntos les van a afectar de lleno. Vamos a ampliar nuestra red de oficinas de Madrid, Barcelona y Bilbao a toda España y crear una red de agentes. - Hizo una pausa, posiblemente para verles la expresión de la cara, iluminada por el sol de la mañana. - Y vamos a construir un nuevo edificio, aquí al lado. Me gustaría sacarles del sótano después de cinco años. – Don Emilio sonrió o al menos eso les pareció en el contraluz.
- Ah, otra cosa. Quiero decirles que su idea del Crédito Ordenador está funcionando muy bien. Para ser físicos han sabido encajar el negocio a la perfección - Que un financiero te diga esto es todo un mérito -. Nos está aportando clientes industriales importantes, nos está dando un nicho de mercado tecnológico con futuro que no tiene la competencia y me gusta hasta la publicidad que han preparado – Obviaba las felicitaciones de los otros seis grandes banqueros que habían recibido don Emilio y don Jaime en la primera comida de la temporada y que tenían una envidia sana de competencia adelantada por la derecha y que era su satisfacción más inmediata.
Luis y Manuel se habían conocido en la Facultad de Ciencias, eran físicos, y habían comenzado a jugar con cada cacharro electrónico de cómputo que aparecía por el viejo edificio de la Ciudad Universitaria, también en los sótanos.
- Finalmente: - A Don Jaime le gustaba que quedase claro cuando daba por terminada su conversación en forma de monólogo - Quiero que en el nuevo edificio se cuide el consumo de electricidad - Luis sonrió al confirmar su suposición - y el orden de su departamento: nada de cables sueltos por los suelos y papeles desordenados. Esto es un banco. Pueden retirarse.
- Sí, Don Jaime - No había más que hablar, así que misteriosamente se abrió a sus espaldas la gran puerta del despacho y el ujier les franqueó la salida.
- ¿Un cafetito? - Era la hora para ello y el sol estaba subiendo rápidamente, sol de septiembre caluroso.
- Sí, nos van a hacer falta unos cuantos – Manuel estaba pensativo. Al menos no se cargarían el palacete del Marqués de Mudela al que le había cogido cariño, pensó mientras bajaban la aristocrática escalera.



En la calle Velázquez también era media mañana. Después de la reunión del consejo de primera hora y dadas las instrucciones oportunas, Luis Gándara, último de los banqueros de una estirpe que comenzó a hacer negocios en el siglo XIX, y presidente y director de la Banca Gándara, se disponía a leer el ABC y tomar su café con leche en la mesa de su elegante despacho que no se había redecorado desde los tiempos de su bisabuelo. La portada del viernes 1 de septiembre de 1972 comenzaba con una seria advertencia “Hay que cuidar el turismo”, haciendo una reflexión sobre le verano que tocaba a su fin; “Entre la voracidad de unos y la imprevisión de otros, puede matarse a la gallina de los huevos de oro. Las altas moles de cemento a la misma orilla del mar impiden la vista a los edificios de atrás y proyectan una sombra sobre la playa, obligando a los bañistas a buscar los resquicios por donde el sol se filtra.”. Luis y su familia habían disfrutado de unas espléndidas vacaciones en Marbella, donde la niña, su única hija, habían estado casi todo el verano. La contraportada le llenó de cierta preocupación por las necesidades editoriales de su periódico habitual. Titti de Saboya, Sydney Rome e incluso Marisol, se prestaban a reportajes playeros en biquini para la revista Miss. No apaciguaba más su espíritu el anuncio a toda plana de la comedia cómica de Mónica Randall: “¡Queremos divorciarnos!”, la censura con Sánchez-Bella, sucesor de Fraga, ya no estaba ni para disimular títulos en la cartelera. Un anuncio también a toda plana de la Banca Commerciale Italiana llamó su atención de inmediato: con oficinas en medio mundo (menos en Madrid) sólo quería decir una cosa; búscanos y te informaremos. Nixon se reunía con los japoneses. Junto a la noticia sobre las exequias celebradas por Pablo VI de un cardenal, allí estaba el anuncio que había visto todo el verano “¿Alquilar o comprar? Con el Crédito Ordenador del Bankinter las dudas desaparecen “. Estaba por pedir uno para su entidad, al principio lo pensó en broma, pero luego comenzó a sopesar que, si la competencia se estaba olvidando de los libros y los manguitos de los contables, debería planteárselo, aunque su negocio y sus relaciones estuviesen en su cabeza más que en los apuntes. El anuncio se lo recordaba todos los días por sorpresa desde cualquier página… y era el ABC. Entre una cosa y otra, le dieron casi las doce y mandó llamar a su coche. El chofer andaba matando el tiempo por los alrededores de la oficina, con otros o con los porteros de las fincas vecinas, así que fue al garaje un par de puertas más allá y aparcó en doble fila esperando a su jefe, como había esperado a su padre. Impecable de uniforme con gorra conducía un bonito Mercedes no último modelo, pero señorial y que relucía como los chorros del oro.
- A la Peña. - La jornada de trabajo continuaba en Gran Vía, 2, uno de los clubs más exclusivos de España, donde los Gándara eran socios desde generaciones y hacían sus negocios desde 1914.



Las dos chicas tomaban apaciblemente el sol en la terraza, delante del gran ventanal del salón, en sus sillas de tijera, con sus vestidos veraniegos, bebiendo su refresco de Tang naranja con hielo que reposaba en una mesa de madera. Hacía tiempo que no hablaban, habían acabado los temas de conversación intrascendente. De vez en cuando pasaba un coche hacia La Moraleja o salía algún utilitario dirección Madrid con alguna esposa a hacer compras. Entonces lo vieron pasar, paseando tranquilamente hacia la rotonda.
- ¿Lo conoces? - Preguntó la chica rubia en un inglés con acento tejano.
- No, será nuevo en la urbanización. - Contestó la chica morena en un inglés con acento español, pero bastante bueno.
El transeúnte pareció mirarlas a lo lejos, desde la calzada que bajaba de La Moraleja, pero no las saludó.
- Sí, no es de aquí, no nos saluda. Parece mono. - Ambas chicas lo siguieron con la mirada, tras sus gafas de sol, hasta que le perdieron de vista.
Pasó un rato y un par de coches más y vieron aparecer al trote a Donald, subiendo desde la rotonda. Las saludó con la mano, ellas respondieron igualmente y Diana, la chica rubia, le hizo señas para que se acercase.
- ¿Quieres naranjada fría?
El corredor dejó la calzada y se acercó por el caminito empedrado hasta subir los cuatro peldaños que antecedían a la terraza donde estaban las chicas.
- ¡Vaya sudada que llevo! Acepto el zumo.
- ¿Te has cruzado con un chico paseando?
- Sí, va por High Road hacia El círculo. No es de aquí, debe venir de La Moraleja. ¿Lo conoces Angie?
- No, hay vecinos nuevos en los chalets del fondo. - María de los Ángeles Gándara y García de la Fuente a veces era un tanto despectiva, aunque las reverendas madres irlandesas, aparte de enseñarla un inglés bastante decente, trataban de aplacarla.
- ¿Te está matando ya el entrenador?
- No, aun no mucho. Veremos a partir del martes. Vosotras ¿cuándo comenzáis?
- Ni idea, a partir del martes te lo digo. - Diana Dell era animadora del equipo de football americano y esperaba llegar este curso a ser capitana de las porristas, cheerleaders. Mientras Ángeles se bajó cuidadosamente la falda cuando Donald se acercó a ellas, Diana procuró enseñar todas sus esbeltas piernas y casi algo más al joven.
En ese momento salió por la puerta que estaba junto a la cristalera la señora Dell, la madre de Diana. En otro caso el chico hubiese tenido cierto reparo, no dejaba de ser la mujer de un coronel de la Base, pero su rango era de hijo de empleado de contratista y eso le daba graduación de civil. Dentro de la casa se escuchaba la radio.
- Buenos días, Señora Dell.
- ¡Ah! hola Donald. ¿Entrenando para la temporada?
- Sí, señora.
- ¿Has visto a los niños?
- Sí, están con las bicis cerca del parque.
- Si no te importa, si pasas de nuevo por ahí diles que vayas subiendo. Sino luego me contarán cualquier historia - Se dio la vuelta y cerró la puerta tras de sí.
- Bien, sigo mi ronda. Gracias por el refresco. Nos vemos - Bajó de dos zancadas los escalones y siguió su carrera hacia la otra dirección de donde había venido.
- Es mono - Dijo Diana a quién la mañana parecía haber levantado el ánimo.
- Parece que hoy ves con buenos ojos a todos los chicos que pasan por la puerta de tu casa.
- Ya me lo parecía el curso pasado. Bailé un par de veces con él en el Centro Juvenil y me pareció cálido - Hizo una pausa y pensó que Ángeles podía interpretar cálido por caliente, en su inglés de irlanda - Quiero decir que es agradable.
Ángeles no pensó nada en español. Había ido a el Colegio de las Irlandesas de la calle Velázquez desde pequeña, cerca de la oficina de su padre, cuyo chofer se encargaba de ella durante el curso, en un continuo trasiego de viajes de ida y vuelta y actividades sociales y extraescolares. Había oído que el colegio se trasladaría en breve a Alcobendas, pero para ella ya sería tarde, en dos años estaría en la Universidad. En el colegio nunca hubo chicos y nunca les habría. Para ella eran un misterio. Por otra parte, las estrictas normas morales y religiosas de sus padres tampoco la permitían ni pensar en ello. Diana no lo sabía, pero era casi milagroso que la dejasen bajar a su casa o estar con ella “para practicar inglés” aun siendo católicos, aunque el cargo de su padre y la religiosidad comprobada por los padres de Angie, fuesen garantía de honra y costumbres sanas, aunque no fuesen españolas. Avanzaba la mañana y era la temprana hora de la comida para los Dell, los niños subían pesadamente por la carretera con las bicis y parecían haber recibido el aviso de su madre. Ángeles se despidió entonces y tomó el camino hacia La Moraleja, cuesta arriba.



El coronel Dell miró a su subordinado, sentado al otro lado de la mesa, por encima de sus gafas.
- Llevamos todo el verano con esta historia del colera. Todos mis hombres, y le recuerdo que son miles, han estado con la manga de la camisa remangada una semana por su vacuna que, aparte de molesta, produce una inflamación increíble. Y ahora me dice que no hay constancia que las potabilizadoras estuviesen afectadas, que fue una precaución.
- El colera ha estado ahí todo el verano, hasta los periódicos nacionales se han hecho eco del problema sin censura. Como el año pasado. Empezamos con los problemas leves de diarreas en Royal Oaks y la pintada en la torre del agua de la base “Detengan la guerra”, nos dio un aviso.
- Royal Oaks siempre ha sido un problema con el agua. La pureza del arroyo de Valdebebas y su caudal siempre fue más que cuestionable, frente a lo que nos dijeron los promotores, y la seguridad de la depuradora, fuera de horas de trabajo, es inexistente. Por no hablar de la sequía y los cortes que tenemos que hacer.
- Pero La Moraleja riega sus jardines… - El teniente también era vecino de la urbanización y sufría la perdida de sus rosales, mientras arriba oía los aspersores.
- Ese es otro problema. Sobre la pintada de la torre no me cabe la menor duda que ha sido algún subversivo, algún hippie que asisten a la escuela secundaria o alguno de esos profesores de pelo largo y con barba. Ya sería muy lamentable que se nos colase un comunista anti-franquista de la calle a hacer esa pintada en todo lo alto de la torre que está bien visible a la entrada de la Base - El coronel pensó que ahora la torre se veía mucho mejor repintada con cuadros rojos y blancos, como un mantel de un restaurante. Siempre pensó que la torre de agua, de blanco plateado, se veía un poco simple y aburrida y ahora daba una cierta alegría a la Base, con su monotonía de ladrillo rojo, bloques de hormigón encalados, aceras hormigonadas y tuberías de vapor plateadas que corrían por todos los sitios, de forma bastante anárquica. Ya tenía un distintivo con Zaragoza, además - Está bien, mantenga la vacunación en septiembre para los residentes de Royal Oaks y acabe con sus vacunas. Hablaré con la compañía de agua para que refuercen el tratamiento, sus controles y la vigilancia.
Apenas el teniente médico salió, tomó el teléfono.
- Llámeme al responsable del suministro de agua. Creo que es un tal Powell, su hijo y mi hija son compañeros en la Escuela. Quiero verlo. Dele cita en cuanto tenga un hueco. El resto de la mañana no estaré en el despacho. Si hay algo estaré en el pabellón 770 con el Comandante de la Base - Dell miró hacía una esquina del despacho y vio el palo de golf con el que practicaba en horas muertas sobre la moqueta - ¿Alguna novedad? - El pabellón 770 era el club de golf de un coqueto campo de 9 hoyos y entrabamos en el fin de semana.
- Ninguna, todo según lo previsto. Me dicen del BX – economato - que han llegado nuevos envíos de ropa escolar en el avión de ayer, para el nuevo curso - El avión de enlace llegaba puntualmente los jueves para surtir a la Base.
- Gracias, se lo comentaré a la Señora Dell.



Manolo llegó a su casa sudoroso y sediento. El camino desde el convento al chalet era prácticamente al descubierto sin un árbol que diese sombra.
- Carmen, ya estoy aquí.
La asistenta estaba preparando la comida en la cocina.
- Han venido los señores del teléfono y lo han dejado instalado, donde me dijo su madre, en el salón. Me han dicho que si hay algún problema se lo digamos a la operadora - Esto le pareció chocante a Manolo, pues si no funcionaba era difícil hacerlo - Para llamar hay que descolgar y dar el teléfono o la extensión, si los teléfonos son de La Moraleja o El Encinar.
El aparato no era de los más modernos y parecía usado. Tenía una ruleta, pero parecía que no debía servir para gran cosa si funcionaba como Carmen había dicho. Recordó la extensión de Donald y descolgó el auricular. Esperó y sonaron tres tonos como timbres. Sí, no era muy moderno el sistema.
- ¡La Moraleja!... - Quedó a la espera
- Umm quería hablar con la extensión 343 del Encinar. Ah, por cierto: ¿qué extensión tenemos?
- Debería estar puesta en el aparato. 111. ¡Le pongo!
- Gracias - Dudó que lo escuchase. Sonó el tono de llamada cuatro o cinco veces y oyó la voz de un niño responder en inglés. ¡Valiente! A ver si consigo que me entienda, pensó y comenzó a balbucear en un inglés macarrónico.
- Hola, soy Manolo. Quiero hablar con Donald.
La frase era sencilla y el chaval, tras procesar los nombres y llegar a la conclusión que alguien debía querer hablar con su hermano, pegó un grito y estampanó el auricular contra la mesa o eso le pareció a Manolo.
- ¡Donald! Un tipo llamado “Manolos” quiere hablarte por teléfono. Habla raro.
Unos instantes más tarde, la risa inconfundible de Donald le precedió.
- ¡Vaya que rapidez! Ya tienes teléfono. Tu padre debe ser un tipo importante.
- Perdona que te llame, pero es la única extensión que conozco y quería probar que estaba bien la línea. Para llamar fuera ¿sabes cómo se hace?
- Igual, le das el número completo a la operadora y ella marca. Si llamas a la Base, pides línea a la Base y das la extensión a la operadora de allá, aunque no creo que te sirva de mucho saberlo, son cuatro dígitos. Para el exterior tiene que haber línea disponible, así que a veces hay que armarse de paciencia, bien porque somos muchos comunicando o porque los mandos tienen preferencia con las líneas de la Base. Llevan desde hace años para tener más, pero de momento es lo que hay.
- Bien, bueno es saberlo. No creo que le agrade a mi padre la noticia. A veces le llaman a horas intempestivas del Banco porque hay problemas con los ordenadores y tiene que atender las urgencias.
- ¡Ya tienes dos admiradoras, chico español! - Rió a carcajadas
- ¿Cómo?, no entiendo.
- Sí, tu paseo de esta mañana ha despertado la atención de las chicas que te han visto. Seguro que detrás de cada cortina había unos ojos acechándote. Me han preguntado por ti dos chicas que estaban en la cuesta de La Moraleja, en las casas de oficiales.
- No, se. ¡Ah! los seis chalets de la entrada. Unas chicas que estaban sentadas tomando el sol. Sí, lo recuerdo, casi porque fueron las únicas a las que no tuve que devolver el saludo, como al resto de la urbanización.
- Si hay ocasión deberé presentarte. Son personas de importancia en estos barrios- Más risas - La americana es hija de un coronel de la Base y la española es Miss G., la pusimos ese apodo porque vive en la casa de Ava Gardner, bueno y se llama Ángeles, Angie para nosotros, así que la rima era fácil - Risas de nuevo.
- Llega mi madre, te dejo. ¡Ah! mi extensión es fácil 111. Gracias - Colgó
Donald colgó su auricular e inmediatamente sonó el timbre del aparato.
- Llamada de la Base, le paso - Vaya, eso eran siempre problemas a esas horas del día.
- Soy el Asistente del coronel Dell. ¿Con quién hablo?
- Soy Donald Powell.
- No encuentro a tu padre porque debe estar en la planta de Royal Oaks. ¿Le puedes decir que el lunes, en cuanto empiece el turno de mañana, se pase a ver al coronel? No lo olvides.
- Sí, no se preocupe. Le paso la orden - Aunque era un civil, que te llame “el cliente” convierte la invitación en deber.
- Gracias. Buen fin de semana - Estaba claro que el Asistente estaba cerrando su oficina hasta el lunes.

El chofer le dejó bajar a la puerta de la Real Gran Peña, en la Gran Vía. La familia Gándara ha sido socia del club desde principios de siglo, aunque la institución es anterior incluso, por no decir que inauguraron el edificio en 1914. Militares, aristócratas, arquitectos, médicos, banqueros, ingenieros, políticos o diplomáticos, José Canalejas, José Calvo Sotelo, Bernabeu y hasta Franco antes de la guerra fueron peñistas, y también el Rey Alfonso XIII. Dirigida por el Marqués de Quintanar mantiene aún sus tradiciones. La Gran Peña es un club de caballeros. No hay socias. Las esposas de los peñistas asisten a las cuatro cenas de etiqueta que se celebran al año. Algunos peñistas comienzan a pasar por el hall de la planta baja, un retrato de Alfonso XIII les vigila, como el recepcionista, y antecede al suntuoso salón Primo de Rivera, en honor a Miguel, padre de José Antonio y miembro del club. Solo se puede acceder al club ataviado con chaqueta y corbata. Es una cuestión de tradición como todo lo que sucede dentro de las paredes de la Gran Peña. Entre los numerosos butacones de cuero sobresale un enorme tapiz que reproduce «Los cuatro evangelistas» de Rubens; a sus pies, un gran piano Érard de 1906. En el comedor, las mesas ya están perfectamente dispuestas para recibir a un centenar de comensales. El menú del día incluye, entre los primeros, consomé gelée con caviar, salmón ahumado con alcaparras y huevo...; entre los segundos, lomo de corvina con dados de vieira y langostino, chuletas de cordero recental a la parrilla... aún queda tiempo para la comida. Sube Gándara por la escalera principal, de barandilla dorada, su destino la primera planta, exclusiva para socios. La primera planta acoge tres espléndidas bibliotecas, destacando la General con estanterías y mesas de madera primorosamente tallada; una sala de juegos, donde el tapiz de los billares está sin mota de polvo y en una cuyas mesas se encuentran las fichas de una partida de ajedrez inconclusa, en la que diariamente dos peñistas ejecutan un movimiento, se van, y regresan al día siguiente para realizar un nuevo ataque. Próxima a la sala de juegos está la antigua sala de fumadores, ahora se fuma en cualquier sitio, y allí hay tres personas, tomando un aperitivo en una mesa, que esperan a Gándara, cuando casi están dando en el gran reloj la una y media, el tráfico estaba insoportable.
- Gándara, que llega usted a los amenes - Le protestó un caballero entrado en años y con aspecto militar.
- Las obligaciones del capital - Comentó jocoso un hombre con gafas y aspecto intelectual.
- Bueno, lo que no solucionemos en el aperitivo lo solucionamos comiendo. Ya reservé mesa, que hoy es viernes y habrá lleno - Concluyó el más joven de los concurrentes, de la edad del banquero y aspecto despejado. Llamó con una seña al camarero - ¿Qué quieres?, ¿lo de siempre?
Todos los viernes desde 1962, hacía diez años, aquellos cuatro hombres se reunían para hablar, sin más. Aunque aquello de lo que hablaban tal vez tuvo alguna influencia en los acontecimientos que se desarrollaron en aquellos años y después. De alguna manera representaban las fuerzas políticas del régimen que compartían el poder: la falange, el ejército, la monarquía y la triunfante tecnocracia, como le gustaba decir a Gándara, aunque los otros la llamaban abiertamente “el Opus”. Sí, Franco era el dictador mediador de aquellas fuerzas y jugaba con inteligencia a dar y quitar, lo que le permitía mantenerse en la cúspide como pieza necesaria para todos ellos. El Almirante Carrero Blanco, que se ocupaba de los detalles, había apostado por “la Obra” y desde el Gobierno de 1969 parecía que había eclipsado a sus oponentes falangistas, que nunca se lo perdonarían.
- Espero que el verano nos haya sentado bien a todos - Saludó Gándara, omitiendo cualquier disculpa por el retraso - Marbella está genial, cada año mejor.
- Tu director espiritual está ansioso de saberlo, por fin tienes cosas sustanciosas de las que arrepentirte - Carcajada general a la ocurrencia del militar al que San Sebastián no permitía pecar tan abiertamente.
- Ya empezamos…
- Si no mezclases los negocios con el placer, no te pasarían estas cosas - Quien lo decía conocía a Gándara desde el colegio de los jesuitas y hasta había sido algunos años simpatizante de la congregación, pero su pase a supernumerario (miembro seglar soltero o con familia) nunca pudo ser por su “vida mundana” y, ciertamente, su vinculación a la Falange que desconfiaba de los objetivos políticos que tenía el Opus, aunque no se supiese si existían, pero que no eran los suyos.
- Bueno, tengamos la fiesta en paz. Que veo que las vacaciones nos han sentado bien a todos y venimos frescos y relajados - Medió el tercero - Hablemos del asunto, que ya va por el año y habrá que solucionar de alguna manera.
- Antonio nos pide paciencia - Dijo el militar, ahora serio y comedido.
- Garcia Trevijano lo que tiene que hacer es ver cómo recuperamos el dinero - Gándara había expuesto unos cuantos créditos de menor cuantía pero que juntos eran un dinero, como el Banco Popular de Valls Taberner, pero no era el Popular y el habitual juego de los cubiletes y las bolitas era con más cubiletes y menos bolitas.
Hablaban del diario Madrid, a cuyo accionariado habían ingresado en 1966 y que estaba intentando en España cambiar “el mandar” por “el influir” de todos ellos, con resultados bastante negativos pues en 1971, tras sufrir 16 expedientes e ir perdiendo publicidad institucional y privada, el Gobierno procedió a la cancelación del periódico y prohibió su publicación. No sirvieron las negociaciones de algunos Procuradores ni incluso la mediación de poderosos Sindicatos verticales para resolver el tema, a principios de 1972 se acordó la disolución de la sociedad, dejando de momento a todos pillados.
- Él confía en que se nos indemnice por el cierre del periódico - Por no decir que se forzó el cierre para salvarse de la quiebra más absoluta.
- Cuando San Pepín baje el dedo. Ya estamos con los pleitos infinitos… - Sí, la Banca Gándara no era el Popular para aguantar años el envite, aunque fuese a un buen interés y con la garantía del Estado.
- Y luego está el edificio que habrá que vender a alguien, aunque sea como solar - El estilo gótico-mudejar no se llevaba en absoluto.
- Ahí estamos en manos de los accionistas mayoritarios y los abogados que nos darán lo que les sobre… si les sobra algo - El militar daba por perdida su modesta aportación y se conformaba con haber cabreado con la publicación a buena parte de sus compañeros de armas y promoción durante estos años.
- Antonio tiene razón, habrá que esperar - Concluyó el falangista. Mas temprano que tarde había un cambio de régimen con la muerte del dictador, aunque todo estaba en el aire y nadie sabía cómo ni de qué manera se haría. Lo único que dan por seguro es que los cuatro seguirían estando ahí, para lo cual, como todo el mundo sensato, buscaban sus mejores posiciones.



- Diana, me voy a comprar al BX de la Base. Cuida de tus hermanos. Podéis ir a la piscina, pero volver antes de las seis. Aprovechar bien el bonito día que hace, la semana que viene se acabó - La temporada de piscina finalizaba con el comienzo del curso.
- Sí, mamá. En media hora nos vamos, he quedado con las amigas.
- ¡Cuidado con Donald! - La señora Dell guiño un ojo maliciosamente a su hija.
- ¡No seas perversa! Somos amigos de siempre y no hay nada con ese chico - “De momento”, pensó Margot Dell atenta al encuentro matinal con el joven deportista.
El pequeño seiscientos la esperaba en la rampa de hormigón del garaje, aparcado un poco de cualquier manera para molestar las maniobras del coche de su marido, un bonito Mercedes con placas de la serie 100000 de Madrid, coches importados de la Base exentos del arancel del 100%. Maniobró bruscamente para sacarlo a la carretera, aprovechando que el Mercedes estaba en el trabajo, y en la primera travesía a la izquierda, antes de la rotonda de entrada, tomó la ruta que atravesaba la urbanización camino de la Base por Barajas y que conocían como la “entrada trasera”. No corría, la velocidad estaba limitada a 15 millas por hora en todo el recinto, varias señales lo indicaban claramente SPEED LIMIT 15 - WATCH OUT FOR CHILDREN y no estaban muy equivocadas, la chiquillería parecida poco acostumbrada a la siesta local y parecían haberse puesto todos en movimiento después de comer. Se cruzó con el coche patrulla del Sargento Smith, que la saludó con un leve bocinazo, y que seguramente volvía de alguna gestión matinal en Torrejón. Luego vio, en su sentido, a un par de chicos que miraban hacia atrás y se pusieron a hacer la inequívoca señal de auto-stop. Después de sobrepasarles, paró el seiscientos y abrió la puerta del copiloto. Igual que había que saludar, había la obligación en aquella pequeña sociedad de montar a las personas que hacían auto-stop camino de la Base, normalmente cerca de la puerta de atrás o en las paradas de los autobuses regulares o escolares. Como era habitual, las caras la resultaban conocidas, pero no eran amigos próximos.
- ¿Vais a la Base?
- Sí, Señora. Vamos a hacer unas compras para el curso y ver una película.
El coche ya estaba en marcha y dejó atrás los últimos cuádruplex y la oxidada marca de la barrera de entrada que aquí era posible que no hubiese existido nunca por ser esa puerta de atrás.
Hechas las presentaciones, los chicos quedaron muy impresionados de ir con la mujer del comandante de la Base. Ellos eran un par de cursos más pequeños que su hija mayor y los siguientes 40 minutos transcurrieron en una conversación sobre el nuevo curso, los deportes escolares y haciendo risas esperando que un rebaño de ovejas abandonase la vía poco antes de Paracuellos. Las ovejas habitualmente pastaban por la parte baja de El Encinar, así que, junto con los burros de los jardineros y los caballos de los gitanos, ya estaban acostumbrados a verlas. Los chicos eran nuevos, como muchísimos más que la retirada (¿se puede decir retirada?) de Vietnam había hecho recalar en las bases de España a la espera de reasignación de sus padres (reasignación es mejor que retirada). Finalmente llegaron enfilaron el acceso a la instalación militar y al final de la recta vieron la garita de acceso, afortunadamente en ese momento no tenían más vehículos delante. El pequeño edificio de ladrillo rojo, grandes ventanas y puertas azules estaba entre el carril de entrada y salida, con unos focos en su parte superior que debían iluminar los vehículos por la noche. A su izquierda, ya dentro de la base y tras una tapia de ladrillo, se veía un gran mástil con una gran bandera española con su águila imperial. Este fue un detalle de los acuerdos, el de las banderas, que resultó peculiar negociar: al final la cosa quedó en que no habría banderas estadounidenses, salvo en fechas señaladas. El guardia de seguridad de la Policía Aérea se acercó a la ventanilla, mientras los ocupantes del vehículo sacaban sus identificaciones civiles que les daban acceso al recinto. Obviamente el agente reconoció a la Señora Dell, pero hizo como si no.
- ¿Motivo de su visita?
- Venimos de compras y ellos se quedarán al cine. Les traigo de Royal Oaks.
El policía tomó nota breve de los datos del coche y sus ocupantes en su tablilla.
- Pueden pasar - Aquí tampoco existía barrera, se balizaba en caso de necesidad, con lo cual no hubo que esperar más.
El seiscientos siguió todo derecho pasando un par de rotondas hasta llegar a la explanada donde estaban las tres grandes naves del economato, con su gran cartel rojo de letras blancas WELCOME TO TORREJON BASE - TAB "Shopping Center"
- Bueno, chicos aquí les dejo. He de hacer algunas cosas antes de comprar.
No aparcó, los niños bajaron y dieron las gracias. Con facilidad cambió de sentido el pequeño utilitario sobre la misma calle y volvió por donde había venido. En la primera rotonda giró a la derecha, hacia las pistas de aterrizaje, un poco más adelante viró de nuevo para aparcar junto a otros vehículos en un aparcamiento bastante amplio. Tomó una vereda para atravesar un descampado y llegó a un edificio bastante anodino de puertas metálicas sin ningún rotulo identificativo. Cuando atravesó la puerta de entrada se encontró con dos policías militares delante de una gran verja del suelo al techo que daba acceso a una puerta blindada en la pared del fondo, uno de los policías estaba sentado tras una pequeña mesa y el otro custodiaba la puerta metálica de la verja. Cascos blancos y brillantes, atados firmemente a la barbilla, cinturones y cubre botas blancos. El agente que estaba de pie se acercó a la Sra. Dell con un detector de metales de mano. Margot dejó el bolso en la pequeña mesa del otro agente y de forma natural comenzó a depositar en él todas sus joyas, pendientes, anillos, brazaletes…
- ¿Cuál es el motivo de su visita? - Obvió el Sra. Dell, por el doble motivo de no querer significarse y porque ya eran habituales sus visitas a alguien que, de no ser misteriosamente importante en el edificio a pesar de su baja graduación, hubiese dado qué hablar.
- Vengo a ver al teniente Clancy, me está esperando.
- Identificación - La señora hurgó en su bolso y sacó una identificación, diferente a la de la puerta principal.
El policía de la mesa tomó breve nota en el libro de registro, ofreciéndoselo a la firma finalmente a la visitante. Una vez que todos los objetos metálicos estuvieron en el bolso, se lo entregó al soldado que lo puso a recaudo tras de sí. El otro policía revisó con el detector que no hubiese nada metálico en ella y a continuación de dirigió a la verja para abrir la puerta enrejada, le costó algo abrir la cerradura y finalmente cedió. Se dirigió a la pared de la puerta acorazada y levantando la tapa de una caja metálica que estaba en la puerta introdujo una combinación en un pequeño teclado. Se produjeron tres o cuatro chasquidos y la pesada puerta se abrió. Un oficial salió de su interior.
- ¿Qué sucede, Mohicano?
- Una visita para el teniente Clancy, la espera. Zebra-Uno.
Parecían llamarse por nombres clave, pero era un poco ridículo que dejasen al descubierto el del principal motivo de la visita.
- Acompáñeme, en todo momento será escoltada por el oficial - La observación era un tanto superflua, en cuanto la recibiese el teniente al que iba a ver les ordenaría que el guardia de puerta volviese a la entrada y el oficial desapareciese de su oficina. Se cerró pesadamente la puerta tras los tres y quedó solitario el policía de la mesa, custodiado el bolso.
El edificio de inteligencia era un tanto inquietante, pues aparentemente no tenía ventanas a la calle, el único acceso sería la puerta de la calle. Sobre la pared de entrada, traspasado el blindaje, aparecía el brillante logo de la Decimosexta Fuerza Aérea, un escudo azul cuajado de estrellas blancas, con un 16 en amarillo. En 1954 se creó como un Grupo Militar Conjunto para proporcionar el mando y control de las actividades de la Fuerza Aerea en España. En 1957, la 16.ª AF fue realineada bajo el Mando Aéreo Estratégico (SAC) para proporcionar el mando y control de las bases del SAC y las unidades rotativas B-47 Stratojet asignadas y desplegadas en España y Marruecos. En 1966, después de que el SAC retiró sus fuerzas de Europa, proporcionó mando y control de las fuerzas inicialmente en España y el norte de África, y más tarde, tras su la finalización de operaciones en 1992 en España, en Italia y Turquía hasta 2006. Más tarde se convirtió en una Fuerza de Tarea Expedicionaria Aérea provisional bajo la Fuerza Aerea en Europa como parte de la Guerra Global contra el Terrorismo. Desde 2019 fue reactivada como Fuerza Aérea de Guerra de Información (IW) y es responsable de proporcionar capacidades de guerra de información, de hecho se denomina actualmente Fuerza Aerea Cyber. Así pues, cuando la Sra. Dell atravesó la pesada puerta los B-47, cuyo consumo de combustible chupaba textualmente el oleoducto de Rota, habían desaparecido y su peligrosa carga nuclear también, o al menos los primeros. Su actual dotación en Torrejón era el Ala 401 de cazas tácticos, con tres escuadrones que fueron sustituyendo los Phantom por F-16 (unos 72 aparatos en total), y el Control de Vuelo Táctico. A parte de ello, Torrejón era paso obligado de vuelos con destino u origen en Europa, África y Oriente Medio, con un tráfico continuo, así como base de los aviones cisterna que abastecían a las flotas en vuelo y de los que España había recibido tres unidades ese año.
- ¡Señora Dell! ¿Otra vez de compras? - El teniente se levantó de su mesa y avanzó hacia la puerta - Se pueden retirar - Los acompañantes, ya acostumbrados a que había ciertas situaciones que saltaban abiertamente el procedimiento de seguridad, con las ordenes de aquel teniente, se volvieron por donde habían venido.
Margot Dell cerró la puerta tras de sí y tomó asiento.
- Debemos estar atentos a cualquier señal. Algo se está preparando y no sabemos qué. Un secuestro, un atentado… Aquí o fuera. Dos protagonistas: palestinos e israelíes.
- Me pilla lejos de La Moraleja y no he oído nada. Creo que a los españoles les pilla más lejos todavía y no tienen especial interés ni simpatía ni por unos ni por otros, aunque estos sí les tengan simpatía. Me mantendré alerta.
Sí, aquella señora madura, madre de tres hijos, mujer del comandante de la Base, era una espía. Aquel teniente era el oficial de enlace con la séptima planta de la Embajada Americana en Madrid, la CIA. Ya lo era cuando hacía 20 años conoció a su marido, joven oficial, cuando poco después vinieron a vivir a Madrid, por primera vez, y se comenzaba a construir la Base y la urbanización de Royal Oaks y, aunque siempre lo supuso, mantuvieron sus carreras apartadas el uno del otro y el hogar y los niños a salvo de su trabajo. Realmente alguna vez le había comentado a Clancy, su mentor, que no la resultaba gran trabajo ver, oir y callar: le encantaba la vida social, los españoles y no realizaba ninguna operación de campo que supusiese riegos para ella o su familia, simplemente recababa información.
- Aquí están más preocupados por sus propios problemas. Saben que Franco se muere, aunque se resiste a ello, y con él el régimen, su forma de vida. Bueno, ya sabes que me refiero a los que mandan en todo esto - Margot accedía a las conversaciones de sus poderosas amigas, pero a través de ellas a los secretos y temores que sus maridos les confiaban en sus dormitorios.
- El mes próximo se rumorea que tendremos nuevo jefe en la Embajada. Más nos vale a todos que Nixon envie a alguien competente con la que se puede liar aquí.
- Pues no sé, alguien que conoce a los Vanderbilt me ha hablado de que la mujer de Cornelius Vanderbilt está interesada por la vida social de Madrid. - En la subasta de cargos diplomáticos una contribución de 250.000 dólares podía ser una razón de peso.
- Uff un millonario, “estos” se lo comen con patatas antes que lo nombren. – No quedó muy claro para Margot quienes eran los caníbales locales. Tampoco la importaba - “Nuestra” opción - Tampoco quedó claro quiénes eran ellos - es el Almirante Horacio Rivero. Aquí se necesita un militar para tratar con militares, que se entere de lo que se habla, a ser posible, y sepa transmitir claramente los mensajes, sin intermediarios - Clancy se dio cuenta que estaba hablando demasiado y escuchando poco - Cambiemos de tema. ¿Cómo la va con sus amistades de “el trabajo”? - Error de traducción.
- No es “el trabajo”, es “la Obra”. Francamente mal. Aunque sea católica practicante no me aproximo mucho a ese círculo y no creo que esforzarme sea nada creíble, a parte que no me apetece. Mi hija tiene nuevas amistades, pero cada vez estoy más convencida que se trata de una cuestión de conciencia individual de los miembros del Opus Dei y que no responde a una organización, al menos como las conocidas hasta ahora.
- Pero está claro que responden en equipo, de alguna manera. Son incluso una fuerza política. De no ser así no tendría interés para nosotros. Son uno de los protagonistas de lo que está pasando y de lo que va a pasar, más pronto que tarde.
- Puede ser, pero si buscásemos algo concreto iría a sus directores espirituales más que a sus supernumerarios, numerarios y gente así. Estos creo que actúan más como si se tratase de un club social, caro por cierto, que les da contactos, poder y dinero, obviamente.
- Carrero es del Opus - Afirmó el teniente, para dar importancia al interés sobre la organización.
- No - Dijo categóricamente Margot, ante la extrañeza de Clancy - En los años 50 Carrero fue nombrado Ministro de la Presidencia, después de diez como Subsecretario, el cargo le absorbía totalmente de nueve de la mañana a nueva de la noche.
- Hay costumbres que no cambian - Observó extrañamente el oficial.
- Su mujer Carmen tuvo varias aventuras que acababan siempre llegando a oídos de su marido, como era de esperar por su importante puesto y sus relaciones sociales y personales. Al ser una persona retraída, sufría y se ve que no le quedaban muchas posibilidades de solucionar el problema personal que tenía. Aquí no hay divorcio, pero hay mucha hipocresía. En ocasiones, llegaba a la oficina llorando, a lo que López Rodó compañero de despacho intentó consolarlo. Carrero Blanco no deseaba hablar del tema, hasta que un día le confesó sus problemas. López Rodó, miembro del Opus Dei le propuso una solución, que hablasen abiertamente con ellas una tarde el conocido doctor López Ibor y otro psiquiatra, amigos suyos y cercanos al Opus. Se desconoce el contenido de estas conversaciones, pero básicamente la hundieron psicológicamente por su comportamiento, observando a partir de entonces una vida recatada, en el que a menudo se la veía en misa y/o llorando. Agradecido por esta ayuda, Carrero Blanco se forja una buena amistad con López Rodó: en 1956 lo nombra secretario general técnico de la Presidencia de Gobierno, a la sazón ministro de la Presidencia. En 1962 le hace Comisario del Plan de Desarrollo y luego, ya con categoría de ministro, desde 1965 y hasta 1973 dirige la preparación y aplicación de los tres Plan de Desarrollo. Valora la fidelidad, la profesionalidad y la entrega de la gente del Opus, pero practica una religión de misa, confesión y comunión diaria, sin vínculos con la organización. Lo valoran, no lo conozco, como un militar entregado a su Patria, con misiones civiles después de haber hecho una guerra, y un tanto amargado, no sé si por su pasado o por su presente, (creo conocer a varios y son americanos) que encuentra en la religión un refugio o un consuelo. Franco es la imagen y él se ocupa de todos los detalles, posiblemente él sea Franco realmente - Este último comentario se la escapó inconscientemente.
- La vida está llena de casualidades. Unir tecnocracia, Opus e infidelidades es difícil, pero en España (y en la Historia) todo es posible - Clancy agradeció a las señoras del ¡Hola! que conocía Margot estos detalles y el último comentario no supo valorarlo.
- Bien, he de irme de compras. Mis niños comen y me ha dicho un contacto que hay ropa nueva en el BX para el comienzo del curso la próxima semana.
El teniente volvió a la puerta con ella, el oficial que la había acompañado al entrar marcó los códigos que abrieron la cámara acorazada y la Señora Dell recobró su bolso y su identidad.



El Mercedes estaba aparcado al final del camino de hormigón de entrada a la casa y Margot aparcó el seiscientos justo detrás, intentando no taponarle la salida. Los niños llegaban en ese momento con sus toallas de la piscina y parecía que su toque de queda a las seis se había cumplido. Extrañamente sin llamarles fueron a su encuentro, lo cual la facilitaba su ayuda para vaciar las compras de la parte posterior del vehículo.
- Traigo compras para todo el mundo, incluso lo que habías dejado encargado, Diana.
- Mama, mama… ¡tenemos fiesta en la piscina! - Dijeron alborozados los pequeños - hay un cartel.
Vaya se había olvidado del acontecimiento del verano la "Fiesta Anual de Verano en la Piscina".
- Sí, pero sois muy pequeños para ir. Diana, ¿supongo que irás? – Realmente no quería que la hermana mayor cargase con los pequeños hasta las tantas de la noche.
- Sí, olvidé recordártelo. Habíamos quedado las amigas. - Más que olvido, fue una artimaña decirlo a última hora.
- Bien, consulta con tu padre. Vamos chicos: con la compra para dentro.
La puerta de entrada junto al ventanal daba acceso a un amplio salón, cuyo mobiliario era prácticamente el mismo en todas las viviendas, con algunos muebles propios que traían sus inquilinos con ellos y que aportaban una personalización e intimidad a la decoración. Sonaba en el nuevo radio-cassette la FM de la Base, como lo hacía en casi todas las casas.
- Recuerden que hoy a partir de las 7 pm es la Fiesta Anual de Verano en la Piscina de Royal Oaks, queda muy poco. El aforo estará limitado a 400 personas y el precio será el habitual de otras Fiestas.
El coronel Dell estaba ya en ropa de verano sentado en su butaca habitual tomando una cerveza y picoteando algo.
- Vaya, ya has hecho las compras y has traído el coche repleto - La fila de porteadores cruzó el salón camino de la cocina.
- ¿Qué tal te fue con tu jefe?
- Bueno, divertido. Le dolían los pies porque tuve de dejarle unos zapatos míos. Los suyos se los prestó a un invitado importante que tenía hoy. El príncipe Juan Carlos.
- ¡Oh! Te tratas con la realeza. ¡Qué nivel Dell!
- Es un tipo muy simpático y cuenta unos chistes muy divertidos. Son chistes españoles, pero les sabe traducir al inglés con mucha gracia. Yo no sabría hacerlo al revés.
- Tus chistes ya son malos en inglés. A ver, da permiso a Diana para ir a esa Fiesta - A la chica no la habían dejado ni hablar. La cosa parecía un procedimiento bastante decantado.
- Sí, claro. ¿Van tus amigas?, ¿estará ese chico...? ¿Donald?, ¿Ronald?...
- ¡Qué pesaditos estáis con el tema!
- Dile que el lunes quiero ver a su padre a primera hora, no sé si habrán dado con él finalmente, por favor. ¿No cenas?
- Comeré algo en el snack-bar de la piscina. - Diana, como casi todas las amigas de su edad, cuidaba niños en el vecindario y la reportaban, a parte de su propina semanal, unos buenos ingresos que la permitían una cierta autonomía. Pasó un momento al servicio del pasillo, para arreglarse, y volvió a salir con su vestido corto de baño, un bikini seco y una toalla de playa nueva.
- ¿No has invitado a Angie? - Su madre salía de hacer orden de la compra en la cocina - A lo mejor la apetecía ir. Ya, hasta el verano próximo, no habrá otra oportunidad.
- Pues la verdad es que ni me lo he planteado. Es tan estricta. Seguro que se baña aun con bañador en su gran piscina y mira para que no la vea nadie.
- ¿La piscina de Ava Gardner? - Preguntó su padre con interés.
- Supongo. Se que tiene piscina, pero aún no conozco la casa, no me han invitado.
- Debe ser espectacular por lo que se ve desde aquí abajo - Curiosamente sólo se la divisaba al pasear desde el cuádruplex más próximo y se veía alejada, en medio de una frondosa vegetación, arriba de la colina – Recuerdo que antes de construirse nuestra piscina aquí en Royal Oaks al principio de los 60, se la colaban los críos que subían de aquí y el guarda les echaba o, si no estaba ella, les dejaba darse un chapuzón. Siempre dijeron que era la mayor piscina de España, pero me pareció una exageración. – A veces mencionaba los tiempos de su primera estancia en Madrid.
Diana repartió besos y comenzó su vuelta a la piscina camino de The Circle (La Rotonda). Otra cosa no, pero en El Encinar se hacía ejercicio caminando.



- Hola, Señor. Preguntaba por Manolo.
- Yo soy Manolo, dígame.
- No, un chico.
- Un momento.
El padre de Manolo se acercó a la puerta de su habitación y, después de llamar, dijo:
- Te llama un americano. Habla un poco raro.
- Sí, diga.
- ¡Hola, chico español! Te llamo porque hoy tenemos una fiesta en la piscina, a las 7, por si quieres bajar y te presento a gente.
Eran las seis y, la verdad, le apetecía darse un chapuzón. Su nuevo chalet no tenía piscina y en algún tiempo no la tendría. Pero… su inglés.
- Muchas gracias, Ronald, pero es un poco tarde. Tal vez, con más tiempo…
- Bueno, no importa. El año que viene habrá otra ocasión – Risas - Mañana hay baile, es sábado, y también será el último de la temporada. Esta invitación es con tiempo.
- Muchas gracias, entonces me animaré a ir. Quedamos como me digas - Haberle dicho otra vez que no le pareció descortés y, por pura obligación, aceptó. Aunque el inglés…
- Bien. Las chicas se alegrarán.
- ¿Qué chicas?
- Tus admiradoras de la mañana - Carcajadas - Te llamo.
El padre no pudo dejar de oír la conversación.
- ¿Qué chicas?, pregunto yo también.
- Es un chico de El Encinar que me invitaba a una fiesta, hoy, y mañana a un baile en su piscina. Las chicas son amigas suyas y me vieron esta mañana pasear por allí. Una de ellas vive en el chalet de Ava Gardner.
- ¿La hija de Gándara?
- No sé, es lo que me ha dicho este chaval.
- Bueno, no es mal partido. - Le guiño un ojo.
- Ya si te digo que la otra es hija de un coronel, ni te cuento… Pero el caso es que no conozco a nadie, salvo al chico americano. Iré mañana al baile, me ha parecido correcto aceptar la invitación, ya que se ha molestado en llamarme. Aunque mi inglés…
- Sí, es lo malo que tienen los Hermanos Maristas, que lo suyo es el francés, pero ya estás poniendo remedio, como tuvimos que hacer tu madre y yo. Aunque con la mierda de idiomas que aprendes en España… lo que tienes que hacer es practicar, hablar, y aquí lo tienes fácil.
- Sí, con cruzar la barrera levantada de la entrada de Royal Oaks ya estoy en otro Mundo.